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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Milagros, malos negocios y patrimonio educacional

M. E. Orellana Benado 16 Noviembre, 2011


Qué evaluación merece el “mercado educacional” chileno, creado en 1981 por la reforma que detrás del general Pinochet impuso una minoría fanática y codiciosa? Muchos responden apuntando al desempeño de las universidades más débiles.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (sí, la OCDE) realiza cada año entre sus miembros una encuesta de lectura. ¿Por qué? Porque la comprensión lectora es hoy una clave de la creación de riqueza material. Y esta última es un poderosísimo medio para promover el encuentro respetuoso, productivo y festivo de las personas, que es el objetivo último de la educación.
Durante un gobierno del Ancien Régime (sí, la Concertación de Partidos por la Democracia) la OCDE administró esa encuesta en Chile, país que ya entonces tenía un 13% de la población con un título universitario. El resultado fue desastroso.
La comprensión lectora de muchos titulados universitarios chilenos era inferior a la de un obrero calificado europeo. Luego de un breve escándalo, el asunto fue olvidado. ¿Por qué no se administró la misma encuesta solo a graduados de las universidades que existían antes de la reforma?
Porque habría sido un mal negocio. Habría permitido comparar el desempeño del modelo que tuvimos entre 1828 y hasta 1981, o sea la educación pública o del Estado, con el actual modelo, que la desmanteló, que cohonestó el libertinaje en el “mercado educacional” y que fomentó la compra al crédito de sus “productos”.
Muchos titulados universitarios chilenos no entienden lo que leen. ¿Será, entonces, un “milagro” el gigantesco crecimiento de la “cobertura”, el orgullo de los mandarines educacionales tanto del Ancien Régime como de la actual administración? ¿Qué importa que el 70% de los actuales “universitarios” sean primera generación en dicho nivel si su formación profesional es así de mala?
¿Habrá relación entre vender “educación universitaria” a padres que no están en posición de evaluar su calidad y el tamaño de los edificios que se levanta para este comercio? ¿Qué nota merecen los responsables del “milagro”, los “empresarios educacionales” chilenos? ¿Por qué entre 1981 y 2011 no se crearon mecanismos para asegurar la calidad de la educación? Porque habría sido mal negocio.
Antes de su temprana y horrorosa muerte, sin título profesional ni grado académico alguno, un “empresario educacional” acumuló una fortuna superior a los 100 millones de dólares (un diario serio la llamó su “patrimonio educacional”). El movimiento estudiantil y ciudadano que paralizó buena parte de la educación pública secundaria y universitaria chilena durante la mitad de 2011 usó la palabra incorrecta para denunciar estas realidades. Habló de “lucro”. Los ingenieros comerciales hablan de “ineficiencias” del mercado universitario. En rigor, son solo estafas legales en educación.
Más instructivo que fijarse en el desempeño de las peores “universidades”, o en las fortunas que algunos acumulan con ellas, es mirar en la dirección opuesta. ¿Qué encontramos entre los profesores de las universidades chilenas más antiguas, consolidadas y prestigiosas? Muchas vocaciones genuinas, por cierto. Hay además muchos éxitos reales. Pero hay también mucha inmoralidad y mucha ignorancia.
Hace un par de años, en una de esas universidades se descubrió que un decano había presentado dos veces, en un lapso de varios años, uno y el mismo texto. La primera vez informó por escrito que era una tesis, que él había dirigido el trabajo, y lo calificó con la nota máxima. La segunda vez, habiendo encargado que se publicara como libro, sostuvo que él era el autor del texto y solicitó la máxima jerarquía académica. Estalló un escándalo que duró meses. ¿Qué sanción recibió? Ninguna. Habría sido mal negocio.
Muchos profesores repudian hoy el afán de “lucro” que motiva a los dueños de las “universidades” privadas. Pero ninguno denuncia el aprovechamiento de los puestos de administración en las universidades del Estado para viajar a destajo. Si se sumaran los desplazamientos al extranjero que han hecho desde marzo de 1990 tales rectores, vicerrectores y decanos para firmar convenios que rara vez se traducen en actividad académica real, ¿cuántas veces se podría ir y volver a la Luna?
La más antigua y principal casa de estudios superiores chilena pronto cumplirá 400 años. ¿Lo sabe la sociedad que tanto contribuyó a forjar? No. ¿Está enterada su clase dirigente? No. ¿Y los actuales profesores de la Universidad de Chile, los herederos del tronco institucional del cual floreció toda nuestra educación? Tampoco ellos lo saben.
Prefieren recitar el mantra según el cual su corporación surgió de la nada en 1842. O de un golpe que se habría dado en la cabeza don Andrés Bello, “el hada madrina” de la Universidad de Chile según el rector que impuso esta visión recién en 1942. Países americanos con historias y regímenes políticos diversos celebraron con fausto los cuatro siglos de sus respectivas universidades. Pero en Chile tan señera efeméride educacional podría pasar inadvertida.
¿Cuántos colegas de la hoy universidad Pontificia y Católica de Santiago de Chile enseñan que su corporación surgió de un exilio de profesores de la Universidad de Chile, forzado por el odium theologicum de los positivitas, la intolerancia religiosa anticatólica decimonónica? ¿Acaso las novísimas “universidades” privadas enseñan a sus estudiantes que la Chile y la Católica formaron tantos de sus rectores y decanos fundadores?
El verdadero drama educacional chileno es la tristísima realidad de las mejores universidades. Ahí se está formando una clase dirigente que desconoce la distinción entre los medios (como la riqueza material) y los fines (como la educación). Ya sé, ya sé, más del 70% de la actual elite proviene de familias que son primera generación en ella. ¿Se explicará así su desinterés por la historia y la filosofía?
Nunca la clase dirigente chilena había sido tan rica. Ni tan numerosa. Ni tan privilegiada. Ni tan ignorante. Porque tiene dinero para disfrutar y adornarse como nunca antes, cree que nada le falta. Es la vanidad del frívolo. Una verdadera elite no se enorgullece de los caudales que acumula vendiendo productos y servicios de mala calidad. Por el contrario, se adorna con cultura y con su esfuerzo por educar a los menos afortunados miembros de su sociedad.
El país le quedó grande a la clase gobernante. Este es el trasfondo moral de la crisis educacional y política de 2011. Y si mañana regresara en gloria y majestad el Ancien Régime, ¿acaso sabría cómo salir de ella? La educación determina el trato que en ella reciben quienes menores capacidades y oportunidades tienen de ayudarse a sí mismos y, también, los logros que adornan a su clase dirigente.
La educación determina la productividad futura de una sociedad, tanto material como espiritual. Por eso, ponerla en el corazón de la política es el mejor de los negocios. Y mantenerla como rehén del mercado y sus desvergonzados es el peor de todos.
Santiago de Chile, 7 noviembre de 2011
* El autor es consultor, ensayista y profesor universitario.